miércoles, 22 de abril de 2009

“¿A QUIÉN LE TENGO QUE PAGAR?...”

Perspectiva
Columna de los miércoles en La Prensa Libre

Por Federico Malavassi

En la declaración de Walter Reiche (Valter Reije) en el juicio por el tema del préstamo finlandés y la CCSS, apareció esta expresión. Confiesa Reiche que, desesperado ante el temor de que se perdiera el proyecto, le dijo a Eliseo Vargas “¿a quién le tengo que pagar?”.

No he podido alejar esta expresión de mis pensamientos. ¿Cuántas veces un empresario, un comerciante o un ciudadano han pensado o expresado lo mismo?

¿A quién le tengo que pagar para que salga un permiso? ¿A quién le tengo que pagar para poder terminar una construcción? ¿A quién le tengo que pagar para que mi actividad pueda seguir adelante? ¿A quién le tengo que pagar para poder terminar una inscripción? ¿A quién le tengo que pagar para poder producir? ¿ A quién le tengo que pagar para poder vender? ¿A quién le tengo que pagar para poder trabajar? ¿A quién le tengo que pagar para poder enseñar? ¿A quién le tengo que pagar para poder pasar? ¿A quién le tengo que pagar para poder …?

La maraña legal que atosiga a nuestra sociedad es el caldo de cultivo de la corrupción. De nada sirve que exista una la Ley de Protección al Ciudadano del Exceso de Requisitos y Trámites Administrativos (Ley No. 8220 de 9 de marzo de 2002), lo cierto es que la mayor parte de la gente está a la buena de Dios en este asunto.

Y aunque hay algunas administraciones públicas cuya especialidad es inscribir o finiquitar los trámites (vg. el Registro Nacional), lo cierto es que hay otras cuya especialidad pareciera ser que el ciudadano no haga nada, absolutamente nada.

El peso o tamaño del Estado costarricense (Administración central y descentralizada) es económicamente importante y determinante. Ha realizado y realiza algunas actividades de manera monopolística. De tal forma, muchas veces y en bastantes campos, la única manera de hacer cosas o actividad económica es pasando (tramitología) por las oficinas públicas: ventas, compras, servicios, permisos, autorizaciones, inscripciones, más permisos, constataciones, certificaciones, más permisos, contrataciones, registros, licencias, documentación y más permisos).

Obviamente, cuando nuestras actividades dependen de un permiso o de la decisión de un funcionario público, el tiempo desespera. A veces los inversionistas apuran, en otras ocasiones los intereses se suman hasta ahogar a la gente, en otros casos sencillamente la oportunidad se pierde. ¿A quién le tengo que pagar?

Algunas áreas (ambiente) no tienen silencio positivo (sencillamente, como dice la gente, habrá que esperar a que el santo baje el dedo). En ciertas oficinas hay escasez (“Vea –dice el funcionario-, su expediente está de número 60 bajo esta pila de asuntos que están antes”, o “Ni siquiera tenemos carro para ir a hacer la inspección”, o “En esta oficina no tenemos ni viáticos para ir a hacer la diligencia”).

¿A quién le tengo que pagar?

2 comentarios:

Ana Quiros dijo...

Exactamente así como usted lo indica, es. Todos los estudios realizados a la fecha sobre corrupción en los diferentes países, sectores y organizaciones revelan la relación directa entre "maraña" de trámites y corrupción...Servirá esta información y la experiencia que hemos vivido con el proyecto finlandés -y otros similares- para desmadejar esa "maraña" que nos ahoga con el "a quién le pago?" ???

Miguel Chacon-Vargas dijo...

Decían los antiguos sabios chinos, y es totalmente vigente, que los opuestos siempre llegan juntos, no hay arriba sin abajo, norte sin sur, masculino sin femenino, bien sin mal. La honestidad y la corrupción, como polaridad, en un Estado atorado e ineficiente, se nos presenta como opción cotidiana. Cuando nos preguntamos: "a quién tenemos que pagar?", estamos ya decididos por la altenativa de la corrupción y buscamos la forma de consolidarla para alcanzar nuestro objetivo averiguando quien es el que tiene la llave mágica.
Es urgente una desintoxicación de la burocracia y regulaciones sin sentido, pero no es pensando en pagar la forma en que podemos salvar el problema, hemos visto que cuando pensamos en pagar ya somos corruptos y parte sustancial del sistema que criticamos.
La forma adecuada de solucionar nuestros problemas debe partir de principios de rectitud y honestidad que no involucren siquiera la inspiración de lo corrupto. No olvidemos que sin corruptores no hay corruptos.