Columna de los miércoles en La Prensa Libre
Por Federico Malavassi
De verdad que el papel aguanta todo lo que le pongan, pero la verdad es que se ha hecho gran alharaca en relación con la captura de un oficial de tránsito cuestionado por presuntos actos de corrupción dentro del campus de la UCR.
El pleito no lo iniciaron los oficiales del OIJ. Los insultos y el pleito se originó en una reacción irregular de un grupo de estudiantes y sindicalistas. La autonomía universitaria no queda en peligro ni cuestionada por la actuación del OIJ sino por la irregular reacción de un puño de estudiantes y sindicalistas. ¿Quién ensució el campus?
Además, las señales enviadas a la comunidad nacional son muy ambigüas y peligrosas: ¿se quiere que el campus sea refugio de qué? ¿Qué pasará cuando los propios estudiantes sean víctimas de asaltos, agresiones y otros delitos? ¿Estarán a salvo los malhechores que rondan la calle de la amargura con solo entrar al campus?
La cuestión se pone más enredada y complicada al estudiar los pronunciamientos y respuestas de las autoridades universitarias. ¿Entendieron lo que pasó o están comprometidos con qué clase de grupo elector? ¿No estaría más cuestionada la autonomía cuando se empeñaron recursos públicos en la lucha contra el TLC, cuando se discriminó a los estudiantes que apoyaban el indicado tratado o cuando algunos ganaron TCU repartiendo volantes contra el libre comercio?
Peor aún, el asunto se sale de razón cuando una turba de gamberros en nombre de la santa autonomía sale a las calles a bloquear el libre tránsito, a complicar la libertad de los demás y a realizar actos rayanos en vandalismo y coacción. Embozados como terroristas, escondiéndose su cobardía en caras tapadas y haciendo daño al prójimo pretenden restaurar una supuesta lesión a la razón y la inteligencia. ¿Verdad que no hay proporción ni racionalidad en tales conductas?
De paso, echan a perder la fama del resto de estudiantes, de los que van a clase, de los que luchan por imponer razón en su vida, de los que trabajan para progresar, de los cumplen las leyes y respetan la libertad ajena.
Al final, parece que no importa una coima, no importa ofender a las autoridades, no interesa limpiar nuestra Costa Rica sino hacer exorbitante un privilegio, abusar de un concepto y complicar a vida de los transeúntes y ciudadanos que todos los días tienen que circular por las congestionas calles de nuestro país.
¿Es para eso que quieren tener un sitio especial? ¿Es en estos pronunciamientos y reuniones que se gasta el dinero del pueblo costarricense? ¿Por mantener estas actuaciones es que regateamos recursos a otras áreas de la educación pública?
Todo este abuso, violación de derechos, exceso de ofensas y torcedura de la verdad no parece el camino de la libertad de pensamiento, no rima con la lógica y la crítica, no hace armonía con el esfuerzo patrio por financiar las universidades públicas y no encaja con los valores nacionales.
El pleito no lo iniciaron los oficiales del OIJ. Los insultos y el pleito se originó en una reacción irregular de un grupo de estudiantes y sindicalistas. La autonomía universitaria no queda en peligro ni cuestionada por la actuación del OIJ sino por la irregular reacción de un puño de estudiantes y sindicalistas. ¿Quién ensució el campus?
Además, las señales enviadas a la comunidad nacional son muy ambigüas y peligrosas: ¿se quiere que el campus sea refugio de qué? ¿Qué pasará cuando los propios estudiantes sean víctimas de asaltos, agresiones y otros delitos? ¿Estarán a salvo los malhechores que rondan la calle de la amargura con solo entrar al campus?
La cuestión se pone más enredada y complicada al estudiar los pronunciamientos y respuestas de las autoridades universitarias. ¿Entendieron lo que pasó o están comprometidos con qué clase de grupo elector? ¿No estaría más cuestionada la autonomía cuando se empeñaron recursos públicos en la lucha contra el TLC, cuando se discriminó a los estudiantes que apoyaban el indicado tratado o cuando algunos ganaron TCU repartiendo volantes contra el libre comercio?
Peor aún, el asunto se sale de razón cuando una turba de gamberros en nombre de la santa autonomía sale a las calles a bloquear el libre tránsito, a complicar la libertad de los demás y a realizar actos rayanos en vandalismo y coacción. Embozados como terroristas, escondiéndose su cobardía en caras tapadas y haciendo daño al prójimo pretenden restaurar una supuesta lesión a la razón y la inteligencia. ¿Verdad que no hay proporción ni racionalidad en tales conductas?
De paso, echan a perder la fama del resto de estudiantes, de los que van a clase, de los que luchan por imponer razón en su vida, de los que trabajan para progresar, de los cumplen las leyes y respetan la libertad ajena.
Al final, parece que no importa una coima, no importa ofender a las autoridades, no interesa limpiar nuestra Costa Rica sino hacer exorbitante un privilegio, abusar de un concepto y complicar a vida de los transeúntes y ciudadanos que todos los días tienen que circular por las congestionas calles de nuestro país.
¿Es para eso que quieren tener un sitio especial? ¿Es en estos pronunciamientos y reuniones que se gasta el dinero del pueblo costarricense? ¿Por mantener estas actuaciones es que regateamos recursos a otras áreas de la educación pública?
Todo este abuso, violación de derechos, exceso de ofensas y torcedura de la verdad no parece el camino de la libertad de pensamiento, no rima con la lógica y la crítica, no hace armonía con el esfuerzo patrio por financiar las universidades públicas y no encaja con los valores nacionales.