jueves, 26 de junio de 2008

NO ENREDAR

Perspectiva
Columna de los miércoles en La Prensa Libre

Por Federico Malavassi

El precio del petróleo enloquece a muchos y, en afán de “hacer algo”, no se acometen las cosas principales sino las escaramuzas complejas.

Corresponde al Gobierno favorecer las “políticas nacionales” de ahorro de energía. En nuestro país, bendecido por las posibilidades de generación hidroeléctrica, el camino no es tan difícil. Se trataría de favorecer el uso de la electricidad como fuente de energía y alejarnos de los combustibles fósiles (los derivados del petróleo).

La aplicación de la electricidad al transporte colectivo es una realidad en los países desarrollados (metro, trenes, trolebuses), pero en nuestro medio pareciera que más bien lo hicimos al revés.

El uso del ferrocarril eléctrico en el transporte de carga y la organización de la producción alrededor del tren es una posibilidad encomiable. Pero como que no nos pellizcamos.
Sin embargo, parece que nuestras autoridades no entienden lo que pasa y más bien se ensañan con los consumidores de combustible.

Hace tiempo que los dueños de vehículos pagan impuestos comprometidos a la mejora de las carreteras, pero el Gobierno ha dispuesto de los dineros para otros fines. Es como una estafa.

Se les ha recargado el costo con el tema de Riteve, pero ni siquiera aparece el contrato.
Con el aumento de los combustibles, más bien el Gobierno está recogiendo más impuestos (se aprovecha de la situación). El consumidor no tiene opciones, está amarrado incluso al monopolio de Recope.

La última ocurrencia es subsidiar el precio del diesel. Ya han surgido dos perversas sugerencias: cobrar más caro por la gasolina (para subsidiar el diésel) y cobrar impuestos más caros a algunos vehículos que usen diésel.
Alguno habrá pensado que hay actividades productivas y otras no productivas. Otros creen que solo lo que a ellos interesa merece la pena.

El primer error es subsidiar los precios. Los precios son un sistema de información y alterarlos es como poner señales falsas. Entonces la gente tomará decisiones que dependen de señales alteradas.

El segundo error es no dejar que los palos aguanten su vela. Regalamos vivienda, regalamos alimentación, regalamos transporte y hasta “banca de desarrollo”, pero ahora no queremos que la gente pague el precio real de las cosas.

Los usuarios de vehículos de gasolina sufren los altos precios, igual los usuarios de vehículos de diesel (aunque algunos crean que sus actividades no son productivas), por eso el Estado no debe ensañarse con ellos. No hay que distorsionar.

Restringir el uso de vehículos es una muestra de estulticia. El precio del combustible ya lo hace. Violentar la libertad de circulación no solo requiere de una ley (es una libertad pública), sino de una demostración racional de su necesidad.

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